“Escribo sobre la mesa crepuscular, apoyando
fuerte la pluma
sobre su
pecho casi vivo, que gime y recuerda al bosque natal…”
Octavio Paz. “Trabajos
del poeta.” VII.
I
Trato
de descifrar el silencio; lo acecho. Me inmovilizo, me agazapo, para
escucharlo. Mientras, el segundero pasa y pasa. Las estelas que parten
del centro de la cabeza con sus resonancias que zumban y zumban, parecen
despedir algunas sílabas. ¿Qué es lo que quiero? ¿Qué es lo que busco? Está
ahí, puedo señalarlo, como un mudo, pero, ¿a quién se lo señalo? Creo que
alguien me lo señala, desesperado. El hablante. El que se esfuma y se
reinventa, el que desespera, pregona, calla, se anonada, cicatriza, cae, habla
y habla y habla…
II
A
medio peregrinar entre los muertos, con la garganta henchida de ecos racionales
y atacado de violentas fosforescencias, me paro complacido a contemplar el
desborde multicolor de juguetes y retratos.
“Ya
es hora”. Me inclino y clasifico mis armas; “ya es hora”. Ya es hora, dice; ya
es hora de elegir y empezar a perforar mis cuatro paredes, de escarbar en los
silogismos y extraer materia desconocida.
Mañana
será la hora de ver los restos. Desenterraremos y ordenaremos para intentar
comulgar, nos asomaremos de repente para sorprender a nuestro reflejo,
dispondremos los escombros para ver su dirección y haremos el ritual de la
quema, o empuñaremos y apartaremos nuestro pequeño engendro.
III
Me
busco y me encuentro ausente de mí. Me he vuelto nada. Me despoblé de tiempo,
de cuerpo y de palabras, que se estiraron, se diluyeron, se anonadaron. Solo
quedó la blancura del puro pensamiento que se dice tal vez en una letra, tal vez
en una palabra, tal vez en todas, tal vez en un grito (en una risa).
Me
arrojaré en el Insondable. Me tiraré ciego a mi penumbra hasta perder el rumbo.
Tal vez del otro lado logre asir la Unidad. Tal vez después de proferir
borbollante inconsciencia, brote de pronto la palabra que espero y haya podido
decir “tierra”.
IV
En
ocasiones un mínimo pasaje del Ritmo Primigenio hace presencia y brota
silencioso y sigiloso de la nada para repetirse y reinventar sus sinuosidades,
terco, arañando y arañando en el espacio. En el vértigo se contempla el subir y
bajar de los montes y se repite lo que dicta su desfile verdoso.
Allá,
en el fondo, una palabra brota de pronto y dice su nombre. Solo distingo su
silueta tras la polvareda y escucho sus resonancias metálicas. No obstante, la
bautizo y parafraseo.
V
Otra
vez me caminan en el cráneo las disolutas palabras con sus diminutas patas;
hormiguean. Otra vez mi cabeza se vuelve oleaje repetidor. Repentinamente una
cae y salpica, dejando su rastro ardiente, palpitante e indescifrable; al rojo
vivo. Sólo contemplo y me alío al dolor, complaciente.
No
sin cierto asco me someto a la condena; me vuelvo pasivo y sumiso
parafraseador. No sin cierto asco recuerdo la inconsciencia proferida de la
noche anterior, y no sin cierta repugnancia tomo y analizo los despojos del ritual
orgiástico.
Al
final, todos los balbuceos se deslizan en la indolencia y esterilidad.
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