miércoles, 10 de agosto de 2016

"Trabajo" (2010).

“Escribo sobre la mesa crepuscular, apoyando fuerte la pluma
 sobre su pecho casi vivo, que gime y recuerda al bosque natal…”
Octavio Paz. “Trabajos del poeta.” VII.

I
Trato de descifrar el silencio; lo acecho. Me inmovilizo, me agazapo, para escucharlo. Mientras, el segundero pasa y pasa. Las estelas que parten del centro de la cabeza con sus resonancias que zumban y zumban, parecen despedir algunas sílabas. ¿Qué es lo que quiero? ¿Qué es lo que busco? Está ahí, puedo señalarlo, como un mudo, pero, ¿a quién se lo señalo? Creo que alguien me lo señala, desesperado. El hablante. El que se esfuma y se reinventa, el que desespera, pregona, calla, se anonada, cicatriza, cae, habla y habla y habla…

II
A medio peregrinar entre los muertos, con la garganta henchida de ecos racionales y atacado de violentas fosforescencias, me paro complacido a contemplar el desborde multicolor de juguetes y retratos.

“Ya es hora”. Me inclino y clasifico mis armas; “ya es hora”. Ya es hora, dice; ya es hora de elegir y empezar a perforar mis cuatro paredes, de escarbar en los silogismos y extraer materia desconocida.

Mañana será la hora de ver los restos. Desenterraremos y ordenaremos para intentar comulgar, nos asomaremos de repente para sorprender a nuestro reflejo, dispondremos los escombros para ver su dirección y haremos el ritual de la quema, o empuñaremos y apartaremos nuestro pequeño engendro.

III
Me busco y me encuentro ausente de mí. Me he vuelto nada. Me despoblé de tiempo, de cuerpo y de palabras, que se estiraron, se diluyeron, se anonadaron. Solo quedó la blancura del puro pensamiento que se dice tal vez en una letra, tal vez en una palabra, tal vez en todas, tal vez en un grito (en una risa).

Me arrojaré en el Insondable. Me tiraré ciego a mi penumbra hasta perder el rumbo. Tal vez del otro lado logre asir la Unidad. Tal vez después de proferir borbollante inconsciencia, brote de pronto la palabra que espero y haya podido decir “tierra”.

 IV
En ocasiones un mínimo pasaje del Ritmo Primigenio hace presencia y brota silencioso y sigiloso de la nada para repetirse y reinventar sus sinuosidades, terco, arañando y arañando en el espacio. En el vértigo se contempla el subir y bajar de los montes y se repite lo que dicta su desfile verdoso.

Allá, en el fondo, una palabra brota de pronto y dice su nombre. Solo distingo su silueta tras la polvareda y escucho sus resonancias metálicas. No obstante, la bautizo y parafraseo.

V
Otra vez me caminan en el cráneo las disolutas palabras con sus diminutas patas; hormiguean. Otra vez mi cabeza se vuelve oleaje repetidor. Repentinamente una cae y salpica, dejando su rastro ardiente, palpitante e indescifrable; al rojo vivo. Sólo contemplo y me alío al dolor, complaciente.

No sin cierto asco me someto a la condena; me vuelvo pasivo y sumiso parafraseador. No sin cierto asco recuerdo la inconsciencia proferida de la noche anterior, y no sin cierta repugnancia tomo y analizo los despojos del ritual orgiástico.

Al final, todos los balbuceos se deslizan en la indolencia y esterilidad.


jueves, 4 de agosto de 2016

Sinbad el varado. Bitácora de Febrero (Gilberto Owen).


Encontrarás tierra distinta de tu tierra, pero 
tu alma es una sola y no encontrarás otra.
Sindbad el Marino.

Because I do not hope to turn again 
Because I do not hope 
Because I do not hope to turn.
T. S. Eliot.

Día primero
El naufragio.

Esta mañana te sorprendo con el rostro tan desnudo que temblamos;
sin más que un aire de haber sido y sólo estar, ahora,
un aire que te cuelga de los ojos y los dientes,
correveidile colibrí, estático
dentro del halo de su movimiento.
Y no hablas. No hables,
que no tienes ya voz de adivinanza

y acaso te he perdido con saberte,
y acaso estás aquí, de pronto inmóvil,
tierra que me acogió de noche náufrago
y que al alba descubro isla desierta y árida;
y me voy por tu orilla, pensativo, y no encuentro
el litoral ni el nombre que te deseaba en la tormenta.

Esta mañana me consume en su rescoldo la conciencia de mis llagas;
sin ella no creería en la escalera inaccesible de la noche
ni en su hermoso guardián insobornable:

aquí me hirió su mano, aquí su sueño,
en Emel su sonrisa, en luz su poesía,
su desamor me agobia en tu mirada.
Y luché contra el mar toda la noche,
desde Homero hasta Joseph Conrad,
para llegar a tu rostro desierto
y en su arena leer que nada espere,
que no espere misterio, que no espere.

Con la mañana derogaron las estrellas sus señales
y sus leyes y es inútil que el cartógrafo dibuje
ríos secos en la palma de la mano.


Día veintisiete.
Jacob y el mar.

Qué hermosa eres, Diablo, como un ángel con sexo
pero mucho más despiadada,

cuando te llamas alba y mi noche es más noche
de esperarte, cuando tu pie de seda se clava
de caprina pezuña en mi abstinencia,
cuando si eres silencio te rompes y en mis manos repican
a rebato tus dos senos,
cuando apenas he dicho amor y ya en el aire está sin boca el beso y la ternura sin empleo aceda,
cuando apenas te nombro flor y ya sobre el prado ruedan los labios del clavel,
cuando eres poesía y mi rosa se inclina a oler tu cifra
y te me esfumas.

Mañana habrá en la playa otro marino cojo.